El genocidio, la violación y la infección por VIH han condenado a estas mujeres a una muerte segura. Las llamamos "sobrevivientes" cuando en verdad sus muertes fueron apenas demoradas. Por Françoise Nduwimana, Historiadora, consultora en Derechos Humanos y Desarrollo Internacional, e integrante de la Coalición por los derechos humanos de las mujeres en situaciones de conflicto. 
El genocidio, la violación y SIDA

Las víctimas del genocidio en Ruanda no murieron todas durante los 100 días en que tuvieron lugar la mayoría de los asesinatos. Diez años después de la masacre de unas/os estimadas/os 800.000 tutsis y hutu de la oposición, el genocidio continúa llevándose vidas. Lenta, dolorosa y aun así casi invisiblemente, miles de mujeres ruandesas están sucumbiendo al VIH/SIDA que contrajeron al ser violadas.
El genocidio, la violación y la infección por VIH han condenado a estas mujeres a una muerte segura. Las llamamos "sobrevivientes" cuando en verdad sus muertes fueron apenas demoradas. Al recordar este año el genocidio de Ruanda, resulta más que apropiado tener en cuenta a las que sobrevivieron sólo para morir otro día.
El 29 de enero de 1996, un informe de la ONU reveló la extensión de la violencia sexual cometida durante el genocidio afirmando que la violación se utilizó en forma sistemática como un arma de guerra, que ella era la regla, que su ausencia era la excepción y que las mujeres violadas fueron entre 250.000 y 500.000. El informe también sostuvo que "... los milicianos portadores (de VIH) lo usaron como un 'arma', con la intención de provocar de ese modo muertes que tendrían lugar más tarde".
Estudios posteriores que se centraron exclusivamente en la violencia contra las mujeres echaron más luz sobre la naturaleza, extensión, consecuencias y perpetradores de violación y de otras atrocidades físicas sufridas por las mujeres. Si bien admite que es difícil comprobar con certeza que el VIH se transmitió mediante la violación, un informe de Human Rights Watch/Fédération internationale des ligues des droits de l'homme afirma "Pese a todo, es seguro que algunas mujeres sufrieron la infección con el virus como resultado de haber sido violadas".
Basándose en el testimonio de víctimas como Jeanne, que fue violada por un hombre que claramente le dijo "Tengo SIDA y quiero dártelo a ti", Radhika Coomaraswamy -ex Relatora Especial de la ONU sobre Violencia contra las Mujeres- sostiene que "muchas mujeres como Jeanne han sobrevivido al genocidio pero están infectadas con el SIDA".
La devastación causada por el SIDA entre las víctimas de violación indica que la violación se utilizó para transmitir la enfermedad. Un estudio de AVEGA-AGAHOZO publicado en diciembre de 1999, informa que el 66,7% de las víctimas de violencia física y de violación son (hoy) VIH positivas.
Lecciones para aprender
A las mujeres tutsi se las estereotipó y se las estigmatizó a causa de su género. El tabloide Kangura, de amplia circulación, les atribuyó de manera abusiva destrezas sexuales y caracterizó a las mujeres tutsis como una amenaza para la homogeneidad de la descendencia hutu. Descriptas como objetos de tentación para los hombres hutus, las mujeres tutsis fueron utilizadas como preludio al llamamiento por la unidad étnica hutu. Esta clase de fijación sexual sienta las bases para el odio étnico basado en una idea de lo femenino reducida a connotaciones puramente sexuales. Cuando se analiza esa idea desde la perspectiva de la imaginación ruandesa, surgen dos puntos en conflicto entre sí.
El primero de estos puntos es el reconocimiento no tácito de que las mujeres tienen el poder de dar a luz. El segundo surge del término "Nyampinga", que se refiere a las mujeres como ciudadanas privadas de identidad étnica. Al ser Ruanda una sociedad patriarcal, el linaje se transmite a través de los hombres.
El punto fundamental a clarificar radica en las contradicciones inherentes a la condición de Nyampinga. Si las mujeres no tuvieran etnia, no las habrían odiado tanto. ¿Cómo explicamos el miedo de ver a hombres hutus casándose con mujeres tutsis? ¿Cómo explicamos que a las mujeres hutus que se casaron con hombres tutsis se las llamó traidoras a la causa hutu y fueron violadas bajo el disfraz de una venganza política? El desafío al que ahora se enfrentan el pueblo y los líderes de Ruanda no es el de negar que existen grupos étnicos específicos sino más bien el de dejar de utilizar la etnia como fundamento de la discriminación y la exclusión.
El tema del VIH/SIDA también debe ser analizado teniendo en cuenta esta misma perspectiva: la de primero destruir a las mujeres para así aniquilar toda posible descendencia. En las mentes de quienes son responsables por el genocidio, la transmisión del VIH/SIDA fue un arma de tres puntas. Una mujer violada e infectada con el virus se convertía en una fuente potencial de transmisión para cualquier compañero sexual que pudiera tener en el futuro; ella luego daría a luz niñas/os cuyas posibilidades de sobrevivencia serían de casi cero; y eventualmente ella misma moriría, tras haber dejado a su paso una estela de muertes.
¿Respuestas?
La inclusión del VIH/SIDA como consecuencia de la violación cometida durante el genocidio cambia nuestra percepción de la justicia, dado que sin acceso al tratamiento las sobrevivientes están condenadas a morir. Aunque el precio mensual de los tratamientos antiretrovirales es 200 veces menor en 2004 (US$ 30) de lo que era en 1999 (US$ 6.000) esos tratamientos siguen estando fuera del alcance de las personas sin ingresos.
La mayoría de las mujeres que viven con VIH/SIDA son indigentes. El ingreso mensual de las que trabajan en la agricultura se estima en menos de US$ 10. El programa nacional de triple terapia actualmente tiene una capacidad máxima de 7.000 pacientes, lo que significa que la mayoría de las mujeres tienen pocas posibilidades de acceder a él.
Hay una necesidad urgente de establecer mecanismos para la justicia y la rehabilitación social dentro de este contexto social y económico. Estas mujeres se infectaron con el VIH precisamente en el marco del genocidio, y la naturaleza de ese acto (la infección) es inequívocamente criminal.
Estas víctimas condenan en forma unánime el hecho de que se les haya negado justicia. Estas mujeres han preguntado por qué el TPIR (Tribunal Penal Internacional para Ruanda) alimenta y cuida a los responsables del genocidio mientras a ellas se las deja morir ante la completa indiferencia del Tribunal.
Ellas han exigido que el TPIR le dedique más atención a los crímenes de género y a sus consecuencias. Las Reglas de Prueba y Procedimiento del TPIR lo autorizan a brindar rehabilitación física y psicológica a testigos y víctimas. Por lo tanto, estas mujeres piden que el Tribunal adopte una política acerca del acceso de víctimas y testigos a tratamientos antiretrovirales y cuidados relacionados.
Esta situación urgente debería ser también una preocupación para las organizaciones internacionales de solidaridad. Se necesita una estrategia más activa y coordinada para apoyar a las víctimas en la lucha contra el SIDA. Las víctimas de violación y VIH/SIDA tienen el derecho de prolongar su esperanza de vida mediante el acceso a tratamientos.
Este es el precio que debe pagarse para que la sobrevivencia tenga sentido. Este es el precio que debe pagarse para que las asociaciones de mujeres que atienden a víctimas de violación y a las infectadas con el VIH -como la Asociación Duhozanye, en Cyangugu- no se vean obligadas a repartir sus magros recursos entre los costos de internación y la compra de ataúdes. Sólo 22 de las 30 miembras fundadoras de la asociación están todavía con vida. El año pasado murieron ocho. Sí, fueron víctimas del SIDA pero, primero y por encima de todo, fueron víctimas de genocidio.